Artículo: «Qué hace el viento cuando no sopla» de Manuel Alcántara, publicado en La Esquina Revestida el 27 de junio de 2025

Desde el Colegio Oficial de Ciencias Políticas y Sociología de Castilla y León recomendamos la lectura del artículo «Qué hace el viento cuando no sopla», publicado por Manuel Alcántara el pasado 27 de junio de 2025 en La Esquina Revestida.

«Qué hace el viento cuando no sopla»

Hay días extraños en los que no ocurre nada o al menos así lo parece. Los sucesos fluyen siguiendo una partitura que no está clara quién la escribió, pero el orden en su devenir evita cualquier incertidumbre. Eso es algo siempre de agradecer. No es entonces que no acontezca ningún asunto, sino que lo que sucede es previsible. Entonces se tiene la impresión de cierto vacío donde la normalidad constituye un certificado que hace las veces de un salvoconducto para seguir adelante. Al parecer es de lo que se trata.

Otra cosa es la búsqueda de un rincón para encontrar un lugar donde la pasividad se instale en la faena rutinaria. Una atalaya para mirar el acontecer o un recoveco para ensimismarse. Una tribuna solitaria desde la que ver pasar el día o una guarida ermitaña para la introspección. La observación y la meditación. Dos formas de ejercitar la inacción que se llevan a cabo sin apenas conciencia. En ambas él se siente espectador. Su ejercicio, no obstante, puede tener mucho que ver, al menos en lo referido a la meditación, con cierta ritualidad, pero, sobre todo, por el hecho de que la mirada cuando se observa es hacia fuera mientras que la que se ejercita en el acto de meditar es hacia dentro.

Hay quehaceres que son silenciosos y cuya práctica es en extremo discreta. No hay testigos de su ejecutoria y solo la mano experta reconoce la autoría de sus resultados. A veces, incluso lleva tiempo para que la eficacia debida se plasme en un efecto concreto. Nadie reconoce al autor que queda sumido en el anonimato dándose lugar a una situación en que pareciera que las cosas se hacen poco menos que milagrosamente o como consecuencia de fortuitas coincidencias. Por el contrario, en ocasiones la acción lo es todo. La labor justifica la vida.

En otras circunstancias, sin embargo, las labores se llevan a cabo a bombo y platillo. La notoriedad del ejecutor es clara con independencia de la naturaleza de la obra. Su firma es garantía del buen resultado final y se exime de todo control sobre lo realizado que verifique la efectiva bondad del proceso. El ruido publicitario del quehacer es predominante porque la maquinaria propagandística vive para ello, a la vez que la audiencia casi siempre tiene claro cuáles son los pasos seguidos que produjeron el resultado deseado.

Hay diferentes significados que acompañan a acciones diversas que cada cual interpreta a su manera y le da importancia variopinta. El instrumento que acompaña la actuación tiene una relevancia notoria. Es cosa bien sabida que en la algarabía digital la indignación se oye mejor que otras voces. El nuevo escenario tecnológico se alza como un resorte permanente donde el ensimismamiento individual predomina, pero los contenidos van dejando poco a poco su poso. Nadie mira al resto de la concurrencia y, lo que resulta peor, ni siquiera las parejas se someten al escrutinio de sus miradas furtivas.

El silencio es un lujo y aunque en días de tormenta los truenos lo interrumpen el momento es efímero pues después de la tempestad siempre llega la calma. Distraído, el espectador se pregunta por el lugar donde se escondían aquellas nubes que en poco tiempo oscurecieron el cielo y que terminaron produciendo aquel estruendo. No importa que sepa que los nubarrones no son el origen de los truenos por mucho que su presencia casi siempre los acompaña. ¿Por qué se producen acciones cuyo origen es confuso y además nada predice su acontecer? ¿No es menos cierto que los actores desaparecen cuando su quehacer es prescindible o no tienen un papel asignado?

El oleaje bate contra el farallón que se ha ido desmembrando con el paso del tiempo. El viento es el principal artífice del efecto, aunque las mareas desempeñan eficientemente su tarea. La calma chicha es el escenario habitual donde impera la tranquilidad cuando el viento se esconde. Si, además, la luna impone su imperio con menor vigor el resultado se engrandece. No hay apenas nuevas oportunidades para variar el panorama. Solo la persistente acción contaminadora de la humanidad puede alterar el desenlace que conllevan océanos sin oxígeno con corales de plástico.

Todo resulta un entramado de pasajes que enredan formas vicarias de vitalidad. Para muchos la vitalidad se alcanza llenando la mente con pensamientos que afirman la vida, pero no es siempre así. El espectador no tiene duda de ello, quizá porque nunca le han respondido a la pregunta que formuló a su abuelo acerca del sentido del hielo cuando desaparecía en un vaso de agua enfriando al unísono su contenido, ni menos aun a la razón de ser del viento cuando no sopla. ¿Deja de existir? ¿Muere? O, simplemente, ¿se esconde?, pero si es así ¿dónde?, ¿durante cuánto tiempo?

Tiene la cara sombría, el ceño con el que se levantó no ha desaparecido. Su madre le dijo una vez que no pensara tanto. Luego le insistieron en aquello de obras son amores y no buenas razones. Más tarde intentaron ordenar su cabeza con resultados dudosos en los que el ejercicio de la razón era prominente. Durante años se enredó entre el escepticismo y el estoicismo. El existencialismo fue otra etapa. Ahora lo conminan a que celebre la faceta inasequible de la vida adoptando una posición que lo acerque a las emociones. Sin embargo, desbordado por los sentimientos, su melancolía permanente lo inhibe. El incógnito paradero del viento cuando no sopla tiene la culpa.

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