
El Colegio Oficial de Ciencias Políticas y Sociología de Castilla y León recomienda la lectura del artículo «Un ejercicio banal», de Manuel Alcántara, publicado el 8 de agosto de 2025 en La Esquina Revestida.
¿Dónde te gustaría estar? La pregunta interrumpe un lapso silencioso que ella entiende que dura demasiado. Sabe que él nunca tiene la mente en blanco y que siempre trajina. La interpelación es un clarín en un ambiente mudo que estaba durando un tiempo excesivo. Es posible que esté pensando en las cuentas que no le cuadran del último negocio en que se embarcó o quizá en la llamada pendiente a su abogado. Pero también existe la posibilidad de que su vida andariega esté provocando en él unas ganas irreprimibles de moverse, de ir al lugar soñado que siempre queda pendiente o, ¿por qué no?, de volver a realizar aquel maravilloso viaje donde, en solaz descanso, supo combinar el mar con la montaña sin dejar de aprender sobre una cultura milenaria de la que desconocía todo.
Ella ha hecho la pregunta porque desde que amaneció siente una inquietud que no la deja en paz. No sabe si la causa de su desazón ha sido un sueño en el que se vinculaba una antigua relación con una ciudad europea que ama particularmente o el hecho de que se ha dado cuenta de que hoy es el aniversario de dos momentos relevantes de su vida separados por una década y habidos en circunstancias muy diferentes. Por todo ello, se resiste a pensar en el lugar donde le gustaría estar y se limita a transferir su zozobra al amigo de toda la vida que, vuelto en sí, la mira con asombro. Aquí, contesta. Sin embargo, es consciente de que no es verdad y ella también lo sabe.
Estar en otro lugar, acogido por los recuerdos, arrumado por la querencia de lo que fue, pero también sometido a planes utópicos, a quehaceres placenteros que no admitan sobornos. Es una alternativa a la vida que lo angustia por lo insípido y por su sempiterna monotonía, por la dejadez en que el trato cotidiano lo lleva a la abulia, por el hartazgo con el trabajo. Asumir que el cambio es el estado perfecto y que lo mucho que queda por conocer no admite demora o incluso, mejor, volver a los lugares de siempre, repetir los viejos itinerarios. Sopesarlo todo para tener una garantía de que la decisión de salir, una vez más, es la correcta. Por otra parte, ¿estar con quién?, ¿durante cuánto tiempo?, ¿haciendo qué?
Por eso no hay que preguntarlo jamás, ¿o sí? Simplemente estar. Lograr que se almacene el recuerdo, otro más. Ella lo sabe y ahora le vienen a la memoria aquellos dos momentos separados en el tiempo de un 8 de agosto en Buenos Aires y en la Ciudad de México. Han pasado muchos años, pero los detalles importantes no se le escapan. En este instante no tiene claro dónde querría estar. Piensa que sería indiferente. Simplemente bastaría con estar. Sentir la brisa fría del invierno austral caminando por la calle Corrientes o la lluvia pertinaz de la tormenta veraniega montada sobre el Ajusco. Su voluntad es terca, aunque eso no le lleva a ninguna parte pues desde hace mucho tiempo no sale a sitio alguno. Los viajes son cosas del pasado y solo el ejercicio recordatorio enciende su ánimo.
Han pasado unos minutos. Tras un nuevo silencio él se decide a tomar la palabra. ¿Sabes? Le dice a ella. De verdad, me gustaría estar en muchos sitios, cada día en uno diferente, de manera que los atardeceres fueran distintos, pero siempre en lugares en los que hubiera estado antes. No quiero hollar nada nuevo. Que mis ojos se reconforten en aquella escena de la que entonces fueron testigos. Que mis oídos escuchen de aquellos instantes el mismo rumor de los árboles mecidos por el viento o el batir de las olas contra el malecón. Que mis sentidos perciban igual intensidad con la que mi corazón latía. Sí, volver a estar, aunque solo fueran unas horas. Consolidar los recuerdos que ahora me asolan. Tener una justificación para que el olvido no sea una salida.
Ella siente un leve estremecimiento. Le comprende de sobra. Son muy parecidos. Sin embargo, calla. El silencio se impone de nuevo. De pronto viene a su memoria la última vez que estuvo con aquel primer amor en el parque parisino que sigue teniendo bien presente y, en seguida, las muchas otras veces, sola. Aprieta los puños y detiene unas lágrimas audaces que arriesgan resbalar por su mejilla ¡Cuánto desearía estar ahora en Montsouris! ¿Por qué él no le pregunta dónde querría estar? ¿No es consciente de su permanente angustiosa ansiedad? Sí, estar como una forma de fuga, sin hacer nada, sola. Estar al precio que fuera después de sopesar el significado del vacío que toda ausencia deja tras de sí.
Lejos en el tiempo y en el espacio. La mañana de aquel día de estío anuncia que será otra jornada calurosa, no importa que el lugar sea más fresco que en la ciudad. Tiene apenas seis años. Está jugando con su hermano menor en el jardín cerca de su padre que, como es habitual, lee un libro sentado en la mecedora debajo de la encina. Su ensimismamiento es total. La niña, inquieta, quiere saber de qué trata esa lectura que lo tiene tan concentrado. Con cuidado se ha acercado a su vera donde permanece inmóvil. No sopla la brisa y los pájaros han interrumpido su canto que solo mantienen las chicharras. Por fin, la chiquilla lo interrumpe, ¿qué estás leyendo? Sorprendido levanta sus ojos lentamente y deja el libro a un costado. Pasan unos segundos. Ahora mismo estaba leyendo algo sobre el ser y el estar, le contesta. ¡Qué tontería!, responde ella con gesto pícaro, y prosigue, ¡para estar hay que ser!
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