Artículo: «La cita» de Manuel Alcántara, publicado en La Esquina Revestida el 13 de junio de 2025

Artículo: «La cita» de Manuel Alcántara, publicado en La Esquina Revestida el 13 de junio de 2025

Desde el Colegio Oficial de Ciencias Políticas y Sociología de Castilla y León recomendamos la lectura del artículo «La cita», publicado por Manuel Alcántara el pasado 13 de junio de 2025 en La Esquina Revestida.

«La cita»

Sube por la cuesta empinada. La senda es estrecha y la tierra en algún tramo está suelta por lo que debe apoyar sus pies en los bordes cubiertos de vegetación. Los cardos salpican otras hierbas. La mañana es fresca, pero la humedad no tardará en apoderase del ambiente. Va distraído, como casi siempre. Las noticias preocupantes que escuchó antes de salir de casa no ocupan su atención. Quizá sea la conversación que mantuvo la noche anterior con el vecino lo que da vueltas en su cabeza. También puede ser un sueño díscolo que arruinó su noche. Da igual. Ahora lo que le preocupa es mantener el equilibrio y evitar resbalar. Recuerda una vez que siendo joven cayó por una cuesta similar. Entonces corría campo a través y el camino era de bajada. La inercia que provocaban sus zancadas y el deslizamiento de sus zapatillas sobre la arena lo llevaron al suelo.

Ahora jadea ligeramente. Echa de menos una mano amiga a quien agarrarse. Sentir unos dedos entrelazados con los suyos como cuando su abuelo le brindaba apoyo en aquellos paseos por el campo cercano. Escuchar palabras sueltas sin que necesariamente tengan sentido y saber que hay misterios que siempre lo serán. Piensa en la gente que lo espera. Ello le hace desviar su atención para rememorar a los dos amigos por los que ha emprendido el camino y que sabe que no estarán. Hoy, más que nunca, necesitaría de su presencia para ratificarles el vacío que lo invade desde hace meses. No es que no confíe en el resto. Simplemente siente vergüenza ante la posibilidad de descubrir sus cuitas o quizá lo que percibe es que pudiera ser repudiado por su actitud de laxa inmoralidad para la mayoría. No quiere malas caras, ni escuchar reproches, ni menos lecciones de moralina. Basta de sermones.

Ha dejado atrás un pequeño pinar y ahora camina por una calle dentro del núcleo urbano. El silencio solo lo interrumpe fugazmente una bandada de pájaros. La última vez que pasó por allí había un vendedor ambulante anunciando su mercancía por altavoz ante un pequeño grupo de clientes habituales. Un saludo de buenos días brindó la apertura de una breve conversación. Ella portaba un vestido corto liso de color naranja y era la única que llevaba una bolsa de tela que apretaba a su regazo. Sonreía como siempre y callaba. No se miraron, apenas cruzaron los ojos. Una pareja pugnaba por la calidad de la fruta expuesta. Sopesó permanecer más tiempo, hacer cola para comprar cualquier cosa, pero su estado de ánimo no lo animó a ello. Hoy no hay nadie. Súbitamente, el recuerdo de aquella mujer lo abruma. Ese instante fue el primero en que coincidieron y supuso el paso inicial de una relación que duró años y que terminó abruptamente sin saber por qué, como en tantas otras ocasiones.

El banco debajo de la acacia está vacío. La sombra es tentadora para sentarse allí un rato, aunque no está cansado. Recuerda que en aquel lugar su padre se sentaba para leer el periódico. ¡Era una época tan diferente! Sus pensamientos revolotean como los vencejos próximos. Hay un hilo conductor en esa algarabía de ideas que sirve para intentar llevar a cabo una posible evaluación de sus andanzas. Es precisamente la razón que lo ha sacado de la casa porque la mujer quiere que deje a un lado lo que dice que son las obsesiones de un testarudo. Pesadillas, prejuicios, complejos, oscuros presagios, culpabilidades siempre presentes. Ella todo lo confronta con las oraciones que lee en voz alta cada mañana cuyos textos se encuentran en el almanaque. Un remedio ante lo que él pone el grito en el cielo.

Esta mañana siente que las cosas no pueden ir más allá y por eso ha pedido una cita con el pequeño grupo del que le han venido hablando desde hace unas semanas. No conoce a ninguno de sus integrantes y sabe muy poco de las cosas que llevan entre manos. Simplemente, los dos amigos con los que mantiene una relación de plena confianza le han dicho que le irá bien, que es lo que necesita en ese preciso instante de su vida, que por intentarlo no pierde nada. Hasta entonces ha sido reacio a la hora de vincularse con ese tipo de gente tan ajena a los circuitos por los que se ha movido toda su vida. No solo se trata de que los impulse el furor de una moda venida de fuera del país, cavila con agobio cómo habrían reaccionado de saberlo sus mayores.

Cabizbajo, deja pasar unos minutos que le parecen horas. Es consciente de estar atravesando un momento en su vida que puede llevarlo a un escenario desconocido mechado con vetas cuyo devenir le traiga la felicidad buscada, o ¿no es menos cierto que simplemente bastaría con la paz? Pero también sabe que la trivialidad está a la vuelta de la esquina y que todo puede ser humo. No sería la primera vez. Lo curioso es que en este momento de su vida identifica plenamente los avatares que han configurado la escalera que no sabe a ciencia cierta si ha subido o ha descendido.

La acacia ha comenzado a negarle la sombra. Es una señal de que debe ponerse de pie y continuar la andadura. Mientras se yergue con parsimonia sopesa una vez más las palabras que le dijeron los amigos acerca de los inconvenientes de no hacer nada. Atender la cita supone abrir una ventana de oportunidad indudable. No pierde nada. Sin embargo, desconfía. Desde niño no cree en soluciones milagrosas, en trampantojos vivificantes. Quizá ese haya sido su problema. Ella lo ha ayudado a tener los pies sobre la tierra hasta cierto punto a pesar de su devoción, pero ahora la desconfianza se ha apoderado de él. Ignora las consecuencias de atender una cita que sin darse cuenta quizá se ha convertido en su última oportunidad. No le importa.

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