Con el lanzamiento de «El Libro de la Quincena», Manuel Alcántara nos invita a embarcarnos en un emocionante viaje de descubrimientos. En este espacio, Manuel nos ofrece una selección cuidadosa de libros que, según su criterio experto, merecen ser destacados y compartidos. Cada dos semanas, nos guiará a través de reseñas, revelando las obras literarias que han capturado su atención y reflexión.
Hay autores cuya imbricación con determinados lugares resulta determinante para entender su obra. Puede tratarse del lugar de su nacimiento o de aquel que configuró su patria por ser, como dijo en una ocasión Max Aub, el lugar donde se estudió el bachillerato. Aquella ciudad en donde transcurrió el primer amor o en donde se obtuvo el primer trabajo o se hizo el servicio militar. Lugares idílicos que supondrán la meta en la que realizar los sueños o gestionar lo que luego devendrá amargor o resentimiento. Lugares que solo acogieron por un breve lapso, que luego se repitió muchas veces, o no, pues nunca se regresó a ellos. Lugares de los que nunca se sale, ni física ni mentalmente. De una u otra manera para el escritor suponen su inspiración o simplemente le dotan de un sosiego siempre necesario para llevar a cabo su andadura literaria. No se puede entender a James Joyce sin Dublin ni a Benito Pérez Galdós sin Madrid, tampoco a Julio Cortázar sin Buenos Aires y Paris al alimón. El escenario es más que un espacio con sus calles, plazas y monumentos; son sus gentes, la historia derramada en sus barrios y el carácter que irradian sus misterios. Son sus colores y sus olores. La intensidad de la brisa que los despierta. Leonardo Padura es muy consciente de que algo similar juega La Habana en su vida y por ende en su escritura.
Mario Conde es el policía salido de la imaginación de Padura que confirió vida a una saga de novelas en las que La Habana se yergue como la protagonista soberana y que constituyeron los primeros textos del autor cubano que iluminaron su carrera. Pero el resto de su producción literaria no está alejada de la ciudad en que el autor nació en 1955 y de la que nunca se ha alejado por mucho que haya entrado y salido. El hombre que amaba a los perros, la primera novela que leí de Leonardo Padura hace 15 años y que sigo pensando que toda persona estudiosa de ciencia política debería leer para entender buena parte del siglo XX no deja fuera a la ciudad porque es donde termina sus días el protagonista del libro Ramón Mercader, el asesino de Trotsky. Menos aun el pasado recogido en La Memoria de mi vida o cierto tipo de ajuste de cuentas como el llevado a cabo en Regreso a Ítaca o en Como polvo en el viento.
El presente libro es en gran parte autobiográfico y se construye a partir de fragmentos de las novelas que recogen los sitios habaneros así como determinadas circunstancias que el autor quiere encumbrar. También es un registro de la decadencia urbana en que La Habana vive sumida durante las últimas décadas sin que ello suponga repudio por parte del autor testigo amante de la misma. El régimen político senil en que se inscribe es el decorado en que se inserta el deambular hoy de gente donde la juventud hace tiempo que dejó de estar presente y el futuro es más incierto que nunca. La obra consta de dos partes que integran 31 capítulos y cuenta con una veintena de fotografías a cargo de Carlos T. Cairo
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