El Colegio Oficial de Ciencias Políticas y Sociología de Castilla y León les recomienda el artículo de Manuel Alcántara “Hacer el vacío”, publicado en la Esquina Revestida el día 20 de septiembre de 2024.
Frente a la idea de solidaridad que es estar al lado de alguien en silencio, sin pedir nada a cambio, simplemente porque es lo que la otra persona quiere, está la brutalidad que supone su negación. La generación de una situación donde la ausencia se haga protagonista representa un estado de abatimiento, algo que es peor aun cuando la decisión es fruto calculado. Por ello hacer el vacío a alguien en cuanto acto de abandono premeditado en el que se han sopesado las consecuencias constituye un hecho de deshumanización total. Un trance que resulta devastador frente al que la respuesta puede conllevar la cancelación total o, en el otro extremo, la venganza violenta. Escenarios ambos de inevitable desolación donde se enseñorea desde la frustración a la aniquilación.
La vida social se articula mediante diferentes mecanismos y circunstancias. Las claves de su funcionamiento y de su progreso responden a las intenciones de las personas, a sus valores y a los incentivos gestados por las instituciones en que se encuadran. El síndrome de la silla vacía, los emparejamientos en función de lazos preestablecidos, las relaciones forjadas de afinidad o de enemistad, constituyen comportamientos habituales en el seno de comunidades de carácter muy diverso que definen momentos críticos de su existencia. La voluntad decidida o la inercia rutinaria de los actores determinan realidades de cariz muy diferente y dibujan efectos que a veces son nefastos. La cooperación o la competencia, que se suscitan con propósitos bien definidos, generan animosidades distintas en las que hacer o dejar de hacer tiene implicaciones irremediables.
Todo ello se proyecta en cuatro escenas cuyo desarrollo remueve la conciencia.
La pandilla de amigos de aquella comarca rural entendió que el comportamiento de J no era acorde con lo que venían haciendo todos los sábados y que él conocía tan bien. Quizá lo ocurrido fuera debido a una distracción o a lo mejor a un equívoco por las palabras pronunciadas por el anfitrión del evento anterior. Es posible asimismo que tuviera que ver con el cambio registrado a última hora del lugar de celebración que se trasladó a un espacio anexo. No hay por qué dejar de dudar que su actitud se inscribiera en su comportamiento errático de las últimas semanas o en el hartazgo que aquellas reuniones le llevaban generando desde que su pareja le recriminó su persistente presencia. Sabe que aquel día sucedió algo inexplicable y reconoce que esperaba algún tipo de represalia, pero nunca pensó que el silencio del resto cubriera por completo su presencia, que nadie le dirigiera la mirada y que de la silla que habitualmente ocupaba colgara un cartel que rezaba: “aquí nunca más se sentará un traidor”.
En otro lugar muy distante donde las relaciones interpersonales se regían por códigos incomparables, ella supo que su amiga de toda la vida había contado a sus espaldas el fracaso de su última relación sentimental. Sintió que la confianza generada a lo largo del tiempo se desvanecía y pensó que aquel acto debería tener consecuencias. Por eso intentó bloquear su presencia en las reuniones habituales que tenían con otras amistades comunes, pero al no conseguirlo esgrimió una estrategia para que la amiga, sintiendo el vértigo de la recriminación del grupo, fuera objeto del ninguneo del colectivo. Sin embargo, no tuvo en cuenta que la amiga también había manipulado al grupo ampliando la información de que disponía con detalles penosos y de baja estopa que ponían en evidencia su falta de estilo y su arduo egoísmo. El resultado fue que el vacío se apoderó de ambas porque el repudio general les hizo ser objeto de la sanción colectiva que no perdonó el chismorreo de una y la falta de dignidad de la otra al cercenar la libertad de la primera.
Cuando entró en la reunión de trabajo en la lujosa oficina del barrio de negocios sintió un escalofrío desconocido. De inmediato entendió que algo había pasado que se proyectaba en la conducta huidiza del resto de la concurrencia. Si bien recibió tímidas devoluciones del saludo que profirió al entrar en la sala era evidente que la mayoría había callado y mirado hacia otro lado. Supo entonces que la noticia era de dominio público y que para evitar el oprobio debería salir enseguida mascullando una simple excusa. No obstante, la puerta ya se había cerrado y formalmente la reunión había dado comienzo. Sintió lo inapropiado de su existencia tras aquel grave error cometido en su afán de maximizar todos sus recursos como creía que le exigía la empresa. Deseó desaparecer y que el más completo vacío lo relevara de aquella ignominia, pero fue imposible, todas las miradas se centraron en su cara desolada y lo que quiso ser vacío compuso una sinfonía de murmullos recriminatorios salpicada con sonrisas maliciosas que no fueron del todo silenciosas.
Se trata de un escenario íntimo donde ella es consciente de que debe intentar que las cosas no vayan a peor. Por ello desde hace tres semanas se obstina en no hacer el vacío a quien ha sido su pareja durante unos años. Quiere comportarse civilizadamente a pesar de que entiende que la relación ha concluido, pero no desea generar una tensión innecesaria en el marco de la convivencia cotidiana. A pesar de que no viven juntos comparten cama varias noches en un ritual que cada vez es más insoportable. Sabe que él no aguanta el vacío y quiere evitar que esa realidad se materialice de manera dolorosa. Por otra parte, no tiene intención alguna de ser tildada como el factor disolvente ya que es inobjetable que el asunto, que ha terminado, es cosa de los dos. Sin embargo, viene ahora a su memoria algo que él le dijo al poco tiempo de conocerse referido a que prefería que le hicieran el vacío a ser engañado. Aquello hoy bulle en su cabeza y tiene muy claro que después del vacío llegará la separación y que quizás pronto alguien llenará su vida.
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