Artículo: “Decepción”, por nuestro colegiado Manuel Alcántara, publicado en la Esquina Revestida el día 26 de julio de 2024

Artículo: “Decepción”, por nuestro colegiado Manuel Alcántara, publicado en la Esquina Revestida el día 26 de julio de 2024

El Colegio de Ciencias Políticas y Sociología de Castilla y León les recomienda “Decepción”, un artículo de Manuel Alcántara en la Esquina Revestida del día 26 de julio de 2024

Después de hablar con ella salió a la calle a caminar un rato. La tarde era soleada y la brisa con que amaneció el día había amainado. En el trabajo las cosas iban bien y se percibía un ambiente en el que en el futuro inmediato podrían ir mejor. Su equilibrio emocional se encontraba en un momento dulce como hacía tiempo que no sentía. El último chequeo médico había tranquilizado su propensión a la hipocondría de la que tanto se reían sus amistades. Ahora sus pasos eran enérgicos y su destino errático. Sabía que quería amarrarse a la soledad después de una jornada demasiado sociable, dejar volar su cabeza mientras gozaba del lujo que suponía andar bajo aquella densa arboleda que transcurría en la ribera derecha del río. No perseguía aferrarse a ninguna idea concreta ni, menos aún al contenido de la conversación reciente o de la reunión celebrada a primera hora. Deseaba tener la mente en blanco y para alcanzar esa meta respiraba con disciplina.

Sin embargo, hay días tramposos en los que las cosas se enredan. Surgen circunstancias imprevistas animadas por la usura del quehacer de los demás. Mandatos urgentes para cumplir una obligación. Obsesiones oscuras que reclaman lo imposible. Temores recurrentes a la hora de reclamar la promesa precisa del compromiso permanente. Pequeñas miserias de la vida cotidiana. Asuntos que no terminan de alejarse de sus cávalas.

Aunque lleva el celular en modo silencio la vibración advierte la llamada entrante. La parcial abstracción conseguida hasta entonces se cancela y la realidad impone su marchamo. Es ella. Le señala que ha dejado su cuaderno de notas encima de la mesa y que como tiene que salir no podrá recuperarlo hasta la semana siguiente por su tozudez de no llevar nunca la llave. La alternativa es que lo deje en el bar de la esquina donde desayunan habitualmente. Duda. Sin el cuaderno no tendrá fácil continuar una tarea casi diaria que realiza desde hace tiempo. Dejarlo en manos de terceros le agobia, además no quiere deshacer los pasos dados. Hay una tercera posibilidad. Ella puede llevarlo consigo y quedar más tarde en algún sito para que se lo entregue.

El silencio se impone. Ella no puede confesarle que ese cuaderno en su bolso es una bomba de relojería. Ausente de todo pudor y superando todo freno valedor de la discreción lo ha leído. Durante una hora ha estado inmersa en las cavilaciones de él, en sus miedos, en los avatares cotidianos, en sus planes futuros entreverados por posibilidades muy diversas. Sabe de sus angustias frente al aparente estado de sosiego que muestra, del desánimo que lo invade con respecto a sus relaciones con el entorno, de su lapidaria inseguridad que contrasta con la firmeza de su estilo, de sus veleidades poéticas que arrinconan la brusquedad de sus modos. Entiende ahora su pasividad así como su inquietud por preservar un mundo conflictivo que, sin embargo, es narrado habitualmente como de placidez y de normalidad que llega a coquetear con el aburrimiento. Ahora bien, alaba su decencia a la hora de omitir nombres, aunque ella reconoce a algunas personas, incluso llega a encontrarse en varias situaciones.

Ella retoma la palabra, el lapso ha sido cubierto por el jolgorio y el griterío de unos niños que juegan en un parque cercano. Le indica que no puede, que no le había dicho que salía de viaje para pasar el fin de semana fuera de la ciudad, que el tren parte dentro de veinte minutos y que tiene el tiempo justo para llegar a la estación. Una mentira piadosa que garantiza una coartada. El cuaderno puede entonces quedarse allí. No hay problema. La despedida se impone. Las frases de cortesía de rigor se intercambian y el vacío se abre. Ella todavía va a releer alguno de los pasajes que más le llamaron la atención y cuyo sentido último no termina de captar. Antes de salir guarda el cuaderno en su bolso. Él, en la otra punta de la ciudad, recupera el aliento que en un determinado momento había perdido. Mira a su alrededor y no sabe qué dirección tomar.

Han pasado dos horas. Está anocheciendo. Después de estar sentado un buen rato en el poyete del puente ha deshecho sus pasos. No quiere ir a su casa ni tampoco a ningún sitio en particular por eso deambula. A pesar de que escribe casi todos los días en el cuaderno no está particularmente afectado por el hecho de no tenerlo consigo. A veces ha escrito en cualquier hoja suelta y luego lo ha transcrito. No es por tanto algo por lo que lo azore. Las manías del escribidor tienen sus límites. No obstante, hay algo que turba sus pensamientos. Está inquieto. Quiere tener la mente en blanco pero no lo logra. Al final vuelve a pensar en la llamada, en su aparente sentido último. Nada ha cambiado, él no tiene consigo su cuaderno aunque sí la certeza de que está a buen recaudo, pero por qué la llamada. ¿Para tranquilizarlo?

Camina ahora por la plaza porticada. No sabe muy bien cómo ha llegado hasta allí. No hay mucha gente. Entiende que en los últimos minutos ha estado escribiendo en su cabeza. Hay una idea recurrente rondando su cabeza y cuyo hilo conductor es la decepción que le genera el trabajo, que las cosas no salgan como él cree que debieran, también que la gente no tenga compromiso alguno con sus tareas. Cavila sobre el fracaso de muchas iniciativas preñadas de un futuro promisorio. A mayor abundamiento piensa en la desilusión que le produce la generación nueva recién ingresada. Especula sobre la ristra de excusas simples, a veces mezquinas, que escucha para escurrir el bulto. Barrunta sobre su propia incapacidad para liderar nada. Ha dejado detrás la plaza y ha tomado un callejón estrecho. Al fondo de un pequeño bar, entre un grupo de personas, sentada y cabizbaja está ella, en sus manos tiene el cuaderno. Sus miradas se cruzan, la decepción invade la noche.

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